Revista Ñ
31 marzo 2018
por Laura Casanovas
31 marzo 2018
por Laura Casanovas
Con
vibrantes colores en gouache, María Luque crea poéticos mundos
interiores sin contaminación digital. Los muestra en Mar Dulce.
Una artista que lee las imágenes de manera plana, que representa espacios interiores y los sumerge en el color, que recurre a la historia del arte y a la vida cotidiana para dar forma a una obra. Es María Luque (Rosario, 1983), que exhibe su producción más reciente en la galería Mar Dulce. Son 26 pinturas de pequeño formato realizadas hace meses, durante la residencia para artistas São João, al norte de Río de Janeiro. En ellas predomina el registro horizontal de la imagen, el espacio dividido por una línea que define un arriba y un abajo, los planos rebatidos hasta volver imposible la escena, la abundancia de objetos, un potente cromatismo y una línea tan sintética como definida. Y el gouache sustituyó con pasión a la acuarela y el acrílico empleados en su obra previa.
Todas las representaciones remiten a interiores con muebles, libros, instrumentos musicales, cuadros, algunos animales, alguna que otra figura humana. “Veo los interiores como contenedores donde puede pasar casi cualquier cosa. Me siento más amparada en ellos que en un exterior. Y me gusta mucho incorporar los objetos que tengo a mi alrededor”, dice Luque a Ñ. La residencia tenía lugar en una enorme casa con parque. La artista construía las imágenes mientras recorría el lugar.
“Estas pequeñas obras, más que un diario de viaje, son inventarios de viaje”, reflexiona el artista Daniel García en el texto introductorio a la muestra. Como en todo inventario, en cada trabajo los elementos se disponen según un orden que permite individualizarlos en una composición clara y por momentos sorprendente.
¿A qué responde el predominio del formato pequeño en la obra de Luque? La artista no trabaja en un taller sino en bares y con un tamaño de papel acorde a las dimensiones de las mesas. Aunque en la residencia tenía espacio, se siente cómoda con las medidas reducidas al trasladar los trabajos.
Lejos de internet es el título de la exposición. Frente a las obras pensamos que todo lo alejado es la vida misma (por lo menos desde cierta perspectiva): libros de distintas disciplinas, música, animales, plantas, los seres humanos en su contacto físico.
El color se vuelve un motivo de gran disfrute para la artista al comenzar a pintar. Trabaja mucho para componer una vívida paleta con predominio de amarillo, ocre, bermellón, rosa, marrón, azul. “Un día copié unas estrellitas que Giotto había hecho en el hermoso techo de la capilla de Padua (la Capilla de los Scrovegni) y después de eso no pude parar. El gesto de dibujar esa estrella es perfecto, es lindo para la mano”. La artista se refiere a su pintura “Una chica pasó con una valija del tamaño de un sillón de dos cuerpos”, donde tres cuartas partes de la superficie es un piso embaldosado en tonos azules con estrellas, que rinden homenaje al cielo pintado por el gran artista del primer Renacimiento italiano. En el centro de esta composición se observa una mesa en plano rebatido con un jarrón, entre otros objetos también en planos rebatidos –toda una marca de la estética de Luque–. “Me gusta cuando todo está medio extraño. Esa mesa no podría existir, pero cuando yo la estoy dibujando tiene todo el sentido”, cuenta.
También el cuadro “El agua que no tomo se convierte en soda” representa en una franja un piso con las mismas estrellas, pero en un tono ocre, y sirve de apoyo a una cama donde una pareja tiene un encuentro sexual. La imagen se extiende en un formato apaisado, que predomina en la obra de Luque por la influencia de Cándido López, algo más que una referencia artística. Teodosio Luque, tatarabuelo de la artista, integraba el mismo batallón que López en la Guerra del Paraguay y era estudiante del último año de medicina. Para su tataranieta María, es muy posible que Teodosio haya sido quien operó al gran cronista visual de esta guerra. En su casa familiar hay un daguerrotipo del tatarabuelo y López era el único daguerrotipista en la zona. Una historia familiar de la cual nació la primera y hermosa novela gráfica de la artista, La mano del pintor.
La historia del arte y la biografía de Luque se filtran y combinan una y otra vez de manera sorprendente en su producción. Como un leitmotiv observamos en la mayor parte de sus obras un retrato femenino inspirado en el que Matisse hizo de su hija Margarita. El parecido con Luque es evidente, quien le va modificando el peinado de acuerdo con el suyo.
La ilustración y los libros llegaron a su vida hace pocos años, cuando buscaba de qué vivir. Quería dedicarse sólo a pintar. La tensión entre esta pasión y la subsistencia se resolvió a favor de la primera. Su segunda novela gráfica, Casa Transparente –se presentará el 28 de abril en la Feria del Libro–, relata los días en que la artista se dedicó a cuidar casas de amigos que viajaban para no pagar un alquiler y vivir con el menor dinero posible luego de dejar su trabajo en una agencia de publicidad. El libro obtuvo el año pasado el Premio Novela Gráfica Ciudades Iberoamericanas. El jurado destacó la calidad en el dibujo y en el relato, el colorido de la obra y su jovialidad.
“Soñé que sin querer hacía una fiesta”, “Nuestra cama en el museo”, “Dice Basquiat que ir caminando a lugares es un lujo” son algunos de sus títulos en esta exposición que condensan el humor, la inteligente simpleza, la fantasía, la historia del arte y la vida cotidiana que Luque reúne en una obra magnética.