La
eternidad de lo pasajero
por Laura
Isola
Perfíl -
Cultura
sábado 14 julio, 2018
A
semejanza de las cajitas musicales que resguardan mundos autónomos, las de
Pablo Mattioli revelan una humanidad diminuta donde se da cita el sueño. Los
trabajos realizados por el artista evocan, casi como un tratado, las maneras
diminutas.
Los artículos y ensayos que se refieren al uso del
diminutivo en castellano comienzan con una imposibilidad. En muchos casos,
después de una compilación exhaustiva, de relevar obras literarias de
diferentes países hispanohablantes, de recolectar la lengua y el habla
principian la tarea con sentencias de derrota. Es imposible dar cuenta de todas
las posibilidades de este uso. La explicación, en todo caso, estaría en la
misma definición del sufijo diminutivo: los que indican tamaño pequeño,
juventud, cariño o desdén. ¡Menuda tarea tengan en distinguir semejantes
indicaciones! Pero, además, ese uso en el habla se vuelve a complicar.
Justamente porque el diminutivo sirve, entre otras cosas, para la ironía. Esas
arenas movedizas de la expresión y su comprensión dificultan, con tanta
belleza, todo lo dicho y lo que estamos diciendo sin decirlo.
Semántica. Es así que las variantes de ito/ita o
cito/cita y demás alternancias según la terminación que se le puede adjudicar a
sustantivos, adjetivos y adverbios, –¡incluso Andrés Bello lo analizó en el
gerundio con su matiz verbal!–, nos relacionan con el lenguaje de una manera
muy emocional. No es la única manera, claro está, pero la que nos acerca a lo
pequeño, territorio de la infancia, por ejemplo, con sus ecos amorosos y
perversos, sus juegos y canciones de cuna, hace estallar el significado y lo
altera. Componen el conjunto de los que se llaman apreciativos, los que
añadidos, ocasionalmente, a otras clases de palabras les adhieren una
descripción literal de la forma sino atenuación, encarecimiento, cercanía,
ponderación, cortesía, ironía, menosprecio y otras nociones, “no siempre
deslindables con facilidad, que caracterizan la valoración afectiva que se hace
de las personas, los animales o las cosas”.
El que los usa para sus obras en papel es Pablo
Mattioli. Y no es que escriba o hable con ellos. Los trabajos de Eterno fugaz
evocan, casi como un tratado, las maneras diminutivas. No solo por el tamaño:
sus cajitas son pequeñas como también los personajes que las habitan.
Hombrecitos, veleritos, agüita y sombreritos, montañitas y cielitos suceden en
pequeñas dimensiones armando paisajes de una imaginación frondosa y extensa.
Combinaciones de colores y tonalidades plenas se alternan en porciones mínimas
que se recortan en los marcos de sus cuadros. En cada uno hay un relato como si
de cuentos se tratara. No son sus ilustraciones sino la razón de ser de sus
historias.
Experiencia. En la técnica también hay un uso menor.
Mattioli expande las posibilidades de la manualidad que se aprende en la
escuela: cortar, pegar, pintar. Usa materiales escolares como tijera,
agujereadora, papeles de colores. Esa impronta no es solo utilitarismo sino que
reviste a su trabajo de una pátina evocadora de afectos infantiles. La
infancia, entonces, no solo se rememora en lo chico de la dimensión sino en una
corriente sentimental. En la tibieza de ese recuerdo mezclado con la inquietud
de sus figuras de baja talla. “Lo inefable es, en realidad, la infancia. La
experiencia es el mystérion que cada hombre instaura por el hecho de tener una
infancia. Ese misterio no es un juramento de silencio o de inefabilidad
mística; es, por el contrario, el voto que compromete al hombre con la palabra
y con la verdad”, escribe Agamben en Infancia e historia y analiza la relación
entre experiencia y lenguaje. Para el filósofo italiano, la infancia “no es un
paraíso que abandonamos de una vez por todas para hablar, coexiste
originariamente con el lenguaje”.
Por último, aparece la delicada ironía en el empleo
de afectivo de esta forma. “Escenas de la vida posmoderna, esa picadora de
carnes que en los cuadros resultan papel picado”, apunta con justeza Adriana
Amado en su texto sobre Eterno fugaz. Picar y achicar, estrategias que practicó
Jonathan Swift para describir a los habitantes de 15 cm de altura que encuentra
Lemuel Gulliver en Liliput. Si bien el satírico irlandés va hasta el fondo con
la crítica a la naturaleza humana, los gobiernos de turno y sociedad de su
momento, podemos encontrar en esos hombrecitos complejos, pequeños y delicados,
crueles y honorables la suficiente identificación a través del tiempo.
Eterno fugaz, Pablo Mattioli
Galería Mar Dulce,
Uriarte 1490.
de martes a sábados de 15 a 20hs
hasta el 4 de
agosto