“Un bestiario de otra naturaleza. Dibujos de Andy Mermet en Mar Dulce”
Laura Casanovas
Revista Ñ, 15 Jul 2017

La enciclopedia, la ciencia, la infancia y lo decorativo se cruzan en las obras de extraña belleza que Andy Mermet exhibe en Mar Dulce.

La lupa tiene el poder de ampliar, de visibilizar lo muy pequeño, de ingresar en detalles, de escudriñar. Con ella, el ojo expande las posibilidades de observación y de captación del mundo. Altivo, con galera y atuendo señorial del siglo XVII europeo, un ñandú –animal de origen americano– sostiene una lupa a la altura de su gran ojo. En la muestra de dibujos Pensamiento salvaje, de la artista Andy Mermet, en la galería Mar Dulce, los ojos, las miradas, la lupa hablan del desafío creativo de adentrarse en interiores vedados a la mirada usual, a través de una imaginación fantástica y de una sensibilidad que desafían los límites de la razón.

Una colorida acuarela de un escarabajo con una figuración de manual escolar de zoología muestra un interior de aparentes órganos con aspectos de hojas –algunas recuerdan a las de los empapelados de William Morris–, frutos, ramas. En otra acuarela de esta serie, titulada La piel que habito, se observa el interior del cuerpo de una langosta con representaciones que parecen configurar una naturaleza muerta. Mientras, en Topografía II las imágenes duplicadas de una rana, un gato y un conejo, extendidas sobre un papel horizontal, contraponen una mirada científica –que muestra en color el interior fisiológico– con una mirada mágica, que presenta dentro de cada animal distintos registros horizontales de paisajes.

Los animales representados son humanizados, a partir de la idea de que cada persona puede conectar con diferentes energías animales a lo largo de su vida. “Siempre trabajo con animales, yo crecí cerca de la naturaleza. Entonces tengo mucha empatía con ellos. Y trabajo con tótem de poder, que es como la fuerza animal de las personas, y hago investigación sobre la simbología de cada animal”, explica Mermet.

Su más reciente producción es la serie Tótem, grandes dibujos en grafito y formato vertical que, como indica Fabiana Barreda en el texto que acompaña la exposición, “son dibujos de lupa, tejidos como filigranas de oro, se presentan verticales como un tokonoma” (elemento esenciale en la decoración tradicional japonesa). En ellos “(…) una misteriosa metamorfosis va creando una nueva criatura botánica, como en el gabinete de curiosidades de Haeckel”.

El término “interno” es pronunciado una y otra vez por la artista durante la conversación con Ñ frente a sus 28 obras expuestas, de pequeño y mediano formato, realizadas en los últimos tres años: “reconstrucción personal interna”, “paisajes internos”, “proceso interno”... En la serie Topografía I: pájaros, escenas en blanco y negro de obras de los artistas Pieter Brueghel y El Bosco se multiplican en el interior de diferentes aves. Como sucede también en la obra de aquellos artistas europeos, los dibujos de Mermet devienen un banquete para la mirada por el nivel de detallismo. Dice que siempre está haciendo zoom sobre las cosas, intentando ver lo que el ojo humano a simple vista no puede. Es por eso que al dibujar utiliza una lupa. “Ahora conseguí en Japón unas gafas que son lupa y es más cómodo para trabajar”, cuenta.

Artista investigadora, naturalista, con la sensibilidad de la infancia –su base de operaciones–, muestra un reino del revés, como en la canción de María Elena Walsh, lógico y real. Un revés como negativo. Radiografías es el título de la galería de retratos de animales que miran de frente vestidos con ropa humana. Surgen del fondo negro del papel como imágenes espectrales, etéreas, mediante la sutileza de un paciente trazo de lápiz policromo blanco.

Alicia Entel, en su texto El arte como principio educativo, escribe: “Son sustantivos de la infancia la captación sincrética y el asombro. A partir de tales primeras experiencias, la curiosidad constituye un motor fundamental”. La obra de Mermet atesora estas características y logra que el espectador las vuelva a descubrir en sí mismo.
Al detallismo y la precisión de los trazos, en varios casos diminutos, se suma un aspecto simbólico. La artista investigó sobre los textiles precolombinos, como el caso de la cultura Chancay, en la que el sentido de la dirección del hilado encierra un significado. “Si hilaban en contra de las agujas del reloj quería decir que esa prenda iba a protegerlos”, explica Mermet. Así introduce esta dimensión dentro de su complejo proceso artístico, durante el cual no realiza bocetos. Y sus trazos siempre son circulares.

Hay algo inquietante, a su vez, en cada trabajo, una belleza misteriosa. En pleno siglo XXI, Mermet se considera a sí misma una artista romántica, a quien le interesa observar lo inconmensurable del mundo. Inspirados por su arte, su afinidad con el romanticismo del siglo XVIII y su sensibilidad que ancla en la infancia, la próxima vez que elevemos la mirada al cielo quizá veamos la cara oculta de la luna.