Vacaciones Gesellinas
Por Eugenia Viña
Radar, suplemento cultural de Página/12, 3 de mayo
de 2015
PLASTICA Nació en Italia, pero creció en
Tucumán y, de adulto, el artista y famoso grabador Raoul Veroni (1913-1992) se
vino a vivir a Buenos Aires –tenía un taller en Parque Chacabuco– y pasaba sus
vacaciones en Villa Gesell. Allí paseaba y pintaba obras con plumín y acuarela,
sin intención de exhibirlas. Ahora, gracias a la curaduría de su hijo, el
también artista Ral Veroni, se pueden ver por primera vez esas delicadezas de
verano, realizadas por puro placer, en veinticinco obras de pequeño formato.
Hay que imaginar el lugar hace 45
años, cuando los experimentos botánicos de Carlos Gesell –que volvía de sus
viajes de Europa y Estados Unidos con las valijas repletas de semillas– ya
habían dado sus frutos. Decidido a transformar los médanos en bosques, logró
que, donde había dunas, crecieran sequoias, fresnos y casuarinas, junto a los
nativos pinos y eucaliptos.
En ese mismo bosque y bajo la sombra
de esos árboles el artista Raoul Veroni (1913-1992) en sus gesellinas
vacaciones –allá por la década del 70– daba largos paseos. Merecido descanso
para un hombre que trabajaba sin pausa a lo largo de todo el año, con jornadas
dobles: por la mañana bien temprano en el taller de su casa con su propia obra
dedicada a la realización de ediciones artesanales, y desde las seis de la
tarde hasta las doce de la noche en el diario La Prensa como ilustrador.
Naturaleza, exposición curada por su
propio hijo, el artista Ral Veroni, permite entrar en la intimidad de la vida
del reconocido y talentoso grabador, en las que a través de delicadas acuarelas
delineadas con plumín, configura fragmentos de un paisaje nacidos del puro
placer: Su hijo describe la rutina de sus días: “Se levantaba temprano, al
menos más temprano que yo, que siendo chico me despertaba con el ruido de la
minerva, la vieja prensa alemana Phoenix Press II. La primera habitación de
nuestra casa-taller en Parque Chacabuco era donde trabajaba, al lado del
jardín. Allí imprimía y sacaba las estampas de aguafuerte. Si tenía que hacer
litografías (una técnica de grabado en piedra) para ilustrar alguna de sus
ediciones tenía una piecita mínima arriba en la terraza. Bajaba con las piedras
de 40 kilos por la escalera cada vez que tenía que mojarlas con abundante agua.
En general se tiraba un rato antes de irse a trabajar, tipo cinco de la tarde.
Se daba una ducha de agua fría –incluso en invierno– y se iba caminando a los
zancos. A veces, si estaba muy compenetrado con un trabajo, lo veía trabajar
hasta el último minuto y salía rápido, evitando el descanso”.
El descanso llegaba en Gesell y la
Galería Mar Dulce expone 25 obras de pequeño formato que Veroni hacía con total
desinterés ni intenciones de firmar. Cuenta su hijo que “todos los días durante
un mes salíamos por los médanos a ver la puesta de sol. De regreso seleccionaba
los tallos y las flores que le llamaban la atención. Se sentaba en la mesa del
hotel y dibujaba con suma facilidad –tenía por aquel entonces 60 años–. Tomaba
la flor con su mano izquierda a la distancia suficiente que le daba su
antebrazo y con la derecha la plantaba en el papel, en los recortes de papel
hecho a mano que le habían sobrado de la realización de sus libros. Hacía estas
obras en el comedor, luego de las caminatas –con total desinterés de
exponerlas– mientras yo jugaba y mamá cocinaba. A veces los tiraba o los dejaba
por ahí sin firmarlos. Mi mamá, que también era artista, se enojaba. Le pedía
que los cuidara y les pusiera su nombre porque eso era arte”.
Raoul Veroni, como buen hombre de
espíritu renacentista, tenía asociados el placer y la belleza con la
naturaleza. Si bien había nacido en Milán, creció en Tucumán, entre los montes
y cordilleras de Tafí del Valle. La bucólica vida al aire libre es algo que el
artista llevaría siempre consigo y a la que le daría vida una y otra vez a
través de sus grabados, de sus libros y su obra pictórica, donde reinan
orgánicamente la poesía y la belleza.
Su voluntad clásica junto a una
capacidad inmensa de trabajo le habilitaron, como recuerda su hijo, llegar a
tener el trazo y la técnica comparables a las de Durero. Testimonio de su
búsqueda intensa por la belleza y la excelencia son, entre otras obras, sus
exquisitos sellos Urania y La cabellera, ediciones de bibliófilo, creadas
enteramente por él. Recuerda Ral: “La rutina estaba dada según el proceso del
libro. Estaba la realización del diagramado, la creación de los grabados, luego
sacar las pruebas, hacer el tiraje para la edición, componer a mano el texto,
imprimirlo, cortar el papel, hacer la encuadernación. Cada libro le llevaba
alrededor de seis meses de ejecución y luego lo veía empezar el mismo proceso
otra vez con otro título. En las preliminares aparecían los bocetos, los
dibujos, las viñetas, el poema elegido, los libros de lectura apilados en la
mesa, los manuales tipográficos, los pedidos de papel, y así”.
Corona de cristo, rosa, laurel,
olivo, amapola, enamorada del muro, hoja de hiedra, entre otras tintas y
acuarelas, conviven con una constelación de obras, Colectiva32, compuesta por
delikatessen de artistas contemporáneos, Sofía Wiñazki, María Elina Méndez,
Isol, Turdera, Andy Mermet y Fabio Risso Pino, entre otros.
Naturaleza, acuarelas de Raoul
Veroni + Colectiva32 se pueden ver hasta el 9 de mayo en Galería Mar Dulce,
Uriarte 1490, CABA.