La Nación
"Estos raros galeristas nuevos: facilitadores de arte versión 3.0"
por Paula Zacharias
martes 7 de octubre del 2014

Son amistosos, "redsocialeros", de zapatillas, cero champagne, mucha cerveza, cooperativos, informales, entusiastas... Tienen mayormente entre 30 y 40 años y son la nueva generación de galeristas. Egresados del Barrio Joven, ya compiten en las grandes ligas de arteBA y en las ferias internacionales de igual a igual con las galerías de siempre, pero tienen otro espíritu: huyen del centro y los modelos tradicionales, se animan con galpones en ruinas y son amigos de sus artistas. Puestos en el mapa, dejan libre la zona de Retiro y Recoleta. Los caracteriza la divergencia: cada uno encuentra su receta para huir de la crisis del modelo clásico del galerista de mostrador. ¿Quiénes son?

Florencia Giordana Braun tiene 32, es cordobesa y fue modelo. Su padre, biólogo, y su madre, psicóloga, no entienden de qué vive. "Mi hijo se llama Rolf", explica. En 2009 se mudó a Buenos Aires y armó su proyecto a contrapelo de la tendencia: arrancó en un galpón en Paternal y el año pasado Rolf se mudó al corazón de Recoleta, donde representa a una docena de los mejores fotógrafos, con los que viaja a doce ferias internacionales por año. Define lo suyo como puro entusiasmo y entrega. "Trabajamos de manera formal, ordenada, pero muy cercana. Por eso tengo pocos artistas", dice. Su mayor éxito: la última París Photo, adonde vendió a rabiar. "En vez de quejarse de que no hay mercado interno, hay que desarrollarlo. En la galería si vendo cinco obras en el año es mucho", compara.

La tendencia es la periferia. A Villa Crespo están migrando grandes como Ruth Benzacar y Nora Fisch, y talleres de artistas. "No quería una vitrina", explica Ricardo Ocampo, 36 años, rulos asimétricos, pantalón colorado, zapatillas, habitante de este barrio desde junio último. La entrada de Document Art, dedicada al arte conceptual y al archivo documental, es una puerta de garaje sin cartel y el timbre no funciona. "No me imagino una galería como una casa de zapatos", sigue Ocampo, asociado en este proyecto con Mauro Álvarez (el que lleva los números). La casa, abierta al público e investigadores, ya publicó dos libros de investigación, y en el piso de arriba tiene a seis "hombres trabajando": funciona de taller para artistas como José Luis Landet, Luis Terán y Mariano Dal Verme.

A pocas cuadras de ahí, dos chicas regentean una galería en franco ascenso, Slyzmud. Natalia Sly y Larisa Zmud tienen 28 años, experiencia como empleadas en varias galerías y un deseo en común: "No queríamos ser ese representante frío y distante ni ese modelo obsoleto de lista sábana de artistas con representación exclusiva, una muestra cada dos años y el 50 por ciento de comisión". Debutaron en arteBA en 2013, en la sección principal. "Lo nuestro es un trabajo más creativo", define Sly. Con un préstamo inicial de 60.000 pesos, remodelaron un viejo local e imprimieron el primer catálogo. "A veces, hasta limpiamos los vidrios. Este lugar es nuestra casa", dicen, uniformadas de negro, ni una gota de maquillaje. Las Slyzmud son muy amigas de los Miau miau y los Mite. Artistas, galeristas y coleccionistas contemporáneos entre sí (28 a 45 años), comparten una red de amigos en las redes e integran un grupo de galerías que quiere viajar con Isla Flotante, Liprandi, Ruth Benzacar... Y sí que lo hacen: en la misma semana Rolf volvió de Río, Barro fue a San Pablo, Document Art llegó a Madrid, y Miau miau y Slyzmud pasaban por Berlín.

Miau miau funciona en las cercanías del Malba, en un departamento que empezó siendo el estudio de una fotógrafa de moda, Cecilia Glik, y un profesor de literatura. En cinco años, el arte fue desplazando a los flashes y a la tesis de doctorado. Mariano López Seoane -el profesor- parece menor de sus 37 años, en jeans y remera, y con packs de cervezas en mano, listo para la próxima inauguración (el champagne a secas es demodé). "La plata que ganamos en la galería queda en la galería", enuncia Glik, de 35. "Teníamos fobia a la función del galerista porque escuchábamos sus quejas. Queremos ser socios con cuentas claras", manifiesta Seoane a propósito de la amistad. Si no cuelgan sus muestras en las redes sociales sienten que no existieron, pero no invitan por Facebook, porque el cuatro ambientes no alcanza para sus 5000 amigos virtuales.

Nahuel Ortiz Vidal, 37, es quizás el único de esta generación de galeristas capaz de ponerse un traje. Tercera generación de subastadores, trabajó en la empresa familiar Subastas Roldán desde los 22 años. Para su primer espacio propio hizo pie en un galpón trash de 1920 en La Boca, con un puñado de artistas prestigiosos: Nicola Costantino, Diego Bianchi, Matías Duville. se sumará Mondongo. "El formato de galería chica no puede absorber las necesidades de los artistas de hoy, tanto por espacio físico como por estética", explica el artífice de Barro, un espacio capaz de albergar grandes instalaciones, un taller de artista y residencias.

Entre las megagalerías nacidas en 2014 está GGG, con dos pisos y 500 metros cuadrados para exhibición. Es obra del artista y arquitecto Matías Waizmann, que desmontó un muro de escalada y un salón de fiestas en una propiedad familiar. En un rincón está su taller, hay una bolsa de boxeo y Waizmann, 35 años, está en jogging, con una mano enyesada por exceso de tenis. Para funcionar encontró su propia fórmula económica: "Los artistas venden en mi galería a comisión cero. Yo me quedo una obra consensuada con el artista. No quiero tener roces. La galería se llama GGG (Galería Gráfica Gestual), y sumale dos G más: gusto y gasto", dice. La conexión internacional para sus artistas es a través de Artemisa, de Nueva York, galería que comanda su hermana.

Un modelo más empresario es el de Amparo Díscoli. A los 24, estudiaba historia del arte, pero las obras que vendía después de las 19 empezaron a dejarle mucho más que su sueldo de secretaria: dejó su trabajo y se dedicó a ser lo que es hoy diez años después: art dealer, o la suma de galerista y consultora de arte. Su sociedad anónima se llama Cosmocosa, un espacio de exhibición en San Telmo y unas oficinas en Castex con muchos libros, computadoras y piezas de arte en tránsito. "El trabajo está muy enfocado en el cliente", remarca. Esto es: documentar la obra, restaurarla, inventariar o ampliar colecciones, viajar para rastrear piezas históricas o encontrarle comprador a joyas del mercado secundario. "Mi modelo es muy flexible porque el mundo cambió. Es un servicio". Díscoli se declara nerd, globalizada, online. Lee en su iPad unas 30 suscripciones a medios especializados, diarios, blogs y servicios de pago.

César Abelenda tenía un local de diseño en Palermo y trabajaba en el bar Kim y Novak. En la noche conoció a muchos artistas y surgieron las muestras. En 2012 abrió Pasto, en el Patio del Liceo, un semillero de galeristas emergentes. "Fue una gran puerta de entrada a la escena artística", reconoce. Este año emigró a un local a la calle en Barrio Parque. No se queda quieto: "Un galerista hoy tiene que estar activo, viajar, participar en ferias y buscar coleccionistas nuevos". Los Mite, en cambio, siguen en el Patio del Liceo, pero se graduaron ya en la sección principal de arteBA. "Al principio compartíamos pistas de baile, luego sumamos la sociedad y con el tiempo la relación de amistad", explican Marina Alessio y Nicolás Barraza, de 34 años. Ella es artista visual y escritora, y él estudió diseño gráfico.

Al principio fue la amistad también para Alejandra Perotti: "Tengo una relación casi familiar con gran parte de mis artistas", advierte. Perotti es polirrubro: sumó una librería y un espacio de experimentación.

Mar Dulce encontró otra ecuación: vende obra de pequeño formato, en una tienda encantadora de Palermo, con jardín, ventanales de hierro y artistas como la premiada Isol o estrellas de Twitter como @ElTopoIlustrado: su muestra no necesitó más que un tuit a sus 40.000 seguidores para ser un éxito. La dirige la escocesa Linda Neilson, sin más pretensiones que mantener un espacio cálido, donde la gente se anima a pedir la lista de precios.

Eleonora Molina, que dirige Schilkfa Molina, encontró su veta en dar información y servicios al comprador. Como sus colegas que buscan reinventar la profesión, no ve un panorama muy alentador para el viejo modelo. El tiempo dirá cuál de todas estas recetas es la fórmula del éxito.