La Nación, ADN, por Daniel Molina


"Gozar de historias para mirar sin leer"
Daniel Molina, La Nación, ADN
23 de marzo 2012

Cuando fuimos niños aprendimos a descubrir un segundo relato en las ilustraciones de los cuentos. Méndez y Turdera lo proponen en Amos del jardín, sincronización estética en una misma galaxia.

Las historias viven más que las personas. Los relatos de Las mil y una noches han sobrevivido a generaciones de lectores fascinados. Las piedras duran más que las historias: millones y millones de años. Pero todo pasa: incluso las galaxias están llamadas a morir. Mientras tanto, mientras hay vida, las personas amamos las historias porque le dan sentido al sinsentido de lo real. Cuando fuimos niños, aprendimos a leer una segunda historia a través de las ilustraciones que traían los cuentos que nos leían nuestros padres. Ahora que sabemos leer y escribir, también leemos imágenes: somos como niños afortunados que conocen varios lenguajes. Y como niños afortunados podemos gozar las historias sin palabras que nos cuentan los dibujos que María Elina Méndez (Buenos Aires, 1975) y Cristián Turdera (Buenos Aires, 1973) presentan en Amos del jardín.

Una sinfonía visual
Amos del jardín no es la ilustración de un relato que sería anterior a los dibujos, tal como suele acontecer en los libros infantiles, en los que es la historia narrada con palabras la que determina lo que el dibujo debe ilustrar. Por el contrario, la historia que se narra en esta muestra surge a posteriori de verla en la cabeza del espectador. Es imaginación pura, más poema que narración.

La muestra está organizada en torno a una obra que presenta los dos lados de una piedra hueca que flota y en la que se apoyan esos seres antropomórficos que pueblan los dibujos de Turdera, con algo de oso, algo de foca, algo tierno, algo siniestro: monstruos queribles. Como una sinfonía visual, la muestra parece ser la obra de un solo artista que trabajó a cuatro manos. Tal es la sincronización estética entre Méndez y Turdera: el mundo que proponen queda en la misma galaxia.

Méndez presenta dibujos a lápiz y acrílico, que evocan las ilustraciones de la época victoriana. No hay nostalgia en sus animales gigantes y niñas pequeñas, sino una extraña presencia de lo colosal en estado mínimo. Un lobo goyesco, un ratón esnob, un pájaro mudo. Niñas perplejas, que viven mirando (y mirándose en) los animales. El detalle del trazo a lápiz es tan preciso que no parecen dibujos sino sonetos: cada rasgo un verso exacto, con la rima perfecta, la música justa y un mundo entero.

Si bien las obras de Turdera son intervenciones con lacas sobre prints digitales (luego montados sobre madera y barnizadas), cada una de las tres copias es una obra única, incluso con colores y efectos diferentes. Hay tal preciosismo en los detalles (en consonancia con los dibujos de Méndez) que cada obra semeja una joya alegre. El universo imaginado en estas placas es el mundo de los sueños: uno desearía ser uno de estos animales felices, que saben transmutar lo real con el poder de su mente.

En lo mínimo, en lo apenas sugerido, reside la potencia que les da sentido a estas obras. Son talismanes mágicos. Tienen la fuerza necesaria para ahuyentar malos espíritus. En el mundo que Méndez y Turdera construyen no hay lugar para la maldad. No es el paraíso lo que vemos, sino el lado amable del infierno, pero visto con los ojos inaugurales de un niño.

En este mundo -¡un jardín!- corre la brisa cálida que cobija las siestas en el verano. El jardín está bañado por una luz extraña, más de sueño que de vigilia, más de delirio que de razón, más hierática que vertiginosa. ¿Soñamos o estamos despiertos?

Al ver todas las obras juntas, creemos estar leyendo un cuento. Pero si queremos resumir la historia que narra ese cuento, no le encontramos la trama. El cuento es sueño.

El relato es delirio. La narración se nos escurre entre los dedos y lo que nos queda en la mano es un diamante: la pureza cristalina de la imagen en estado puro, simulando que es el parásito de un relato anterior que, sin embargo, no existe. Arte puro. El diamante del sueño. El oro del sol. La felicidad de estar intensamente vivo, a pesar de ser consciente de que la muerte acecha. El sueño, el sol, la vida: la alegría.

Amos del jardín, en Galería Mar Dulce, Uriarte 1490. María Elina Méndez y Cristián Turdera, hasta el 5 de mayo martes a sábado 15-20hs