"El siglo de la ilustración" Página 12
por Soledad Vallejos
5 de mayo del 2013
Las ilustraciones avanzan por sobre su destino natural de remeras,
tazas o fundas para celular. Ahora son protagonistas de exposiciones, hay
mercado para ellas y cada vez más ilustradores se animan a sumarse a la movida.
Y hay un público creciente interesado en esas obras.
Una ilustración es arte. Y el arte se lleva: en una lámina numerada,
un original de pequeño formato, una remera, una taza, un libro, una funda para
el teléfono celular. Importa menos el cómo que el qué. Lo seguro es que va a
ser distinto, que puede tener destino de galería de arte, y también de
publicación gráfica. En el trayecto entre ser apenas un dibujo y copar la
parada del gusto a fuerza de colores y formas, la ilustración de diseñadores
gráficos y dibujantes pegó el estirón; los involucrados y especialistas dicen
que es irreversible; algunos culpan, cuándo no, a Internet y sus caminos
misteriosos, sus redes sociales de intercambio de todo y hasta de compras.
Puede ser. Pero en todo caso las culpas están bastante repartidas entre
autores, circuito y público. En una de ésas, la culpa no es sólo del que
codicia, sino también del que da a desear esos objetos tan activos (y en
crecimiento) que revitalizan los vericuetos de la cultura pop.
Tanto va el trazo al diario y la revista que al final se hace
famoso. Y entonces un día pasa: la frontera entre un medio efímero (un blog, un
impreso) y el espacio de un original en una pared se disuelve. Con la magia, la
ilustración encuentra un espacio que hace una, dos décadas, era difícil de
imaginar. “Si éstos no son artistas, ¿qué son? Manejan un género diferente,
pero son artistas visuales. Viste que ahora los llaman así. Entra todo ahí.
Como sea, no podemos decir que no sean artistas: manejan color, sutilezas, a
veces trabajan con texto, con narración, a veces con guión. Y eso creo que
tiene un futuro impresionante”, arriesga el galerista Fernando Entín, director
de Elsi del Río (Humboldt 1510) y superhistriónico conductor del programa
Gallery Nights TV. Las paredes de su galería estuvieron entre las primeras de
Buenos Aires, en 2010, en reencuadrar a la ilustración como arte, con la
muestra de Costhanzo, que venía de colgar algunos trabajos en el Centro
Cultural Recoleta. Tres años después, mientras reincide, pero con una muestra
del historietista Liniers (“Miren todos para acá”), sigue convencido de que la
irrupción del diseño y la ilustración en las galerías “abre puertas” a las
experimentaciones y a otros públicos. “Así como pasó con la fotografía, el
video, el videoarte, las performances: van abriendo y hay seguidores de eso.
Creo que el ilustrador viene trabajando desde hace mil años, pero que ahora
pasa otra cosa. Para muchos chicos jóvenes, las ilustraciones son el primer encuentro
personal con el arte.” Lo de “primer encuentro” puede ser literal: como en
peregrinación llegan adolescentes de mochila a su galería, a veces libro de
historietas en mano para lograr la firma del autor. “Y cuando anuncia la
muestra en Twitter o en Facebook, es impresionante. Se llena todavía más.
Funciona mucho así”, cuenta Entín.
El encuentro es parte importante de la magia. Lo afirma también
Linda Neilson, directora de Mar Dulce (Uriarte 1490), la galería pequeñita y
con patio que fue especializándose en artistas llegados de la ilustración y el
diseño un poco por deseo y otro poco por azar. Con esos ingredientes, por
ejemplo, nació una muestra de arte para niños que llena de colores las paredes
cada verano (“Sweet for my sweet”), y se empapan también las programadas el
resto del año, como “Universo paralelo”, del santafesino Decur, que acaba de
cerrar y presentaba lo que en su obra son rarezas (grandes formatos) y obras
más tradicionales (cuadros chiquitos, casi camafeos).
Linda y su marido, Ral Veroni (artista, que creció viendo a su
padre, Raoul, crear joyas para bibliófilos), desde el primer momento decidieron
que su galería debía dedicarse a pequeños y medianos formatos, a mostrar
consagrados y noveles, fueran noveles o contemporáneos. Pero de algún modo los
contemporáneos fueron ganando la partida. Ayudó que alguna vez, buscando arte
para la habitación de su hijita, Linda descubriera que era imposible
encontrarlo. Dice que dijo “¿pero cómo es posible, si hay un montón de
ilustradores que hacen cosas hermosas?”, y entonces todo lo demás fue natural:
ilustradores, diseñadores, historietistas como Isol (que hace semanas recibió
el Astrid Lindgren, uno de los premios más prestigiosos de la literatura
infantil), Bianki, Laura Varsky, Sergio Langer, Marina Aizen se prendieron. “Y
resulta que más de la mitad de las obras que vendimos fueron para los adultos,
no para los niños”, ríe Linda.
La ilustración, en el mercado del arte, “tiene precios accesibles” y
muchas veces es “obra pequeña” de artistas complejos, explica Linda. Pero el
debate, créase o no, persiste: “Hay personas que dicen que la ilustración no es
arte. Por supuesto que lo es. Pero además, si lo pensás, hace rato se la está
reconociendo; aunque acá sea más reciente, pasa mucho que vienen turistas,
ponele, de Nueva York, y dicen que allá ya está establecido este tipo de
muestra. Y esto allá no es para niños, se expone y listo”.
¿Qué tiene la ilustración que no tengan otro tipo de obras? ¿Por
qué, en el último tiempo, los trazos de artistas de culto, y ex de culto
convertidos en populares, pueblan objetos, prendas, láminas, cuadros? Linda
cree que “con la ilustración la gente se siente cómoda, algo que no pasa con el
arte contemporáneo, porque muchas veces lo ves y no sabés de qué se trata, no
entendés qué es, no le ves belleza”. “Con este tipo de obras, las formas, los
colores hacen una obra bella, y a veces con imágenes que hacen pensar en la
propia niñez. Tienen algo de un mundo mágico.” A esa ventana supernatural,
evalúa el galerista Entín, asoman los que empiezan a coleccionar, porque
“tienen un restito de plata que pueden gastar y se tientan, por ejemplo, con
comprarse la tira que hoy sale en el diario pero cuyo único original, hecho de
puño y letra y después escaneado para mandar al medio, me queda a mí. Eso no es
inaccesible, puede estar entre cuatro y seis mil pesos”. ¿Quiénes se dan esos
gustos? “Jóvenes –dice Neilson sin dudar–. Gente de 20 y tantos, 30, 40. Y
muchas veces gente que nunca antes había comprado. ¿Una moda? No, creo que va a
seguir. Es cierto que hace diez años acá no se veía en galerías, pero ahora es
diferente, hay mucha producción y público. Acá en el cierre de una muestra de
Isol hubo gente peleando por comprar su obra. Peleando, ¿eh?”