La discrecion de la
belleza
El fascinante cosmos de
lo diminuto
Por Daniel Molina
Perfíl edición impresa
13/01/13
Por error, suele pensarse
que la adquisición de piezas artísticas es un privilegio reservado para espíritus
exquisitos o magnates excéntricos. La más reciente de la galería Mar Dulce, con
obras de artistas como Gustavo Aimar, Bela Abud, Isol, Juna Lima, Cecilia
Esteves, Diego Bianki, Laura Varsky, Natalia Colombo, Sergio Kern, Camila de
Luca y Martín Eito, demuestra que el arte de calidad puede estar al alcance de
casi cualquier bolsillo.
A diferencia del arte
moderno (que es el último avatar del Renacimiento), en el arte contemporáneo ya
no subsisten valores provenientes de la Edad Media: no hay una fetichización de
lo artesanal (la destreza manual, la originalidad, el rasgo personal no tienen
ningún sentido en una obra contemporánea). Tampoco hay una valorización de los
soportes: en el arte renacentista, en el clásico, en el romántico y en el
moderno, la pintura sobre tela era el arte supremo, seguido de cerca por la
escultura en materiales “nobles”. El dibujo, el grabado, la fotografía y
cualquier otra forma artística eran consideradas menores y, como tal, poco
valoradas. No es casual que el arte contemporáneo haga exactamente lo
contrario: tanto el arte “inmaterial” de acciones y performances como la
fotografía digital, pasando por el dibujo tradicional o el uso de materiales “innobles”
son procesos, técnicas y formas de pensar el mundo que suele usar asiduamente
la producción contemporánea. En la exquisita muestra Sweet for my Sweet III, el
dibujo, el bordado, la artesanía y la reproducción en serie se dan la mano,
conviven y se potencian: en poco más que una pared se concentra la belleza que
nos impulsa a insistir en el mundo.
Entrar a la galería Mar
Dulce y ver esa pared, tan gloriosa como un caleidoscopio de brillos distintos
(porque cada obra es un mundo diferente e intenso), es algo parecido a un
delirio. Un delirio tranquilo, de esos viajes de la mente de los que habla
Aldous Huxley en Las puertas de la percepción, el libro en el que cuenta su
experiencia con los hongos alucinógenos y la mezcalina. Brillos apagados,
fulgores radiantes, colores pastel, trazos firmes, fantasmas divertidos, perros
que danzan, ratas conversadoras. Todo convive. Todo interactúa con todo. Huxley
cuenta que bajo el efecto de los alucinógenos era capaz de comprender la conexión
universal: nada estaba aislado. El universo es como el océano: cada cosa es una
gota de ese mar infinito. Esta muestra es lo más parecido a esa sensación; la
gran conexión de lo hermoso: la belleza como imagen del amor.
Los artistas
seleccionados para esta muestra por Linda Neilson, dueña y curadora de Mar
Dulce, son: Gustavo Aimar, Bela Abud, Isol, Juan Lima, Cecilia Afonso Esteves,
Pablo Mattioli, Diego Bianki, María Elina Méndez, Laura Varsky, Natalia
Colombo, Sergio Kern, Camila de Luca, Martín Eito, Silvia Lenardón, Marina
Aizen, Tamara Domenech, Cristian Turdera, Julia Dron, María Cabral, Ana Laura Pérez,
Guillermo Decurgez, Irene Banchero, Roberto Cubillas, Leo Arias, Adriana
Torres, Irene Singer y Luciana Betesh.
Una de mis obras
preferidas son las dos versiones de Acuatic Park, de Cristian Turdera, que se
me antojan el momento zen del Jardín de las Delicias (no su instante sombrío).
Pero es difícil elegir en esta catedral de signos elocuentes que es Sweet for
my Sweet III las grafías únicas de Isol (cada obra suya termina siendo un ícono
personal), los dibujos maravillosos de la victoriana María Elina Méndez, la
potencia gráfica de Cubillas, la increíble capacidad de Bianki de hacer un
universo con casi nada.
Lo novedoso es moda. En
un tiempo más se va y viene otra novedad. Por el contrario, lo nuevo instaura época:
abre caminos inexplorados. Lo nuevo no es fácil de ver porque los ojos sólo
registran aquello a lo que ya están acostumbrados. Borges recuerda que Tácito
no vio La crucifixión, a pesar de que la registra en su libro: el escritor
romano cuenta que un rebelde en Judea fue castigado por levantar al pueblo,
pero no comprende que se estaba instaurando una nueva forma de ver el mundo; el
cristianismo. El arte es una religión sin odio ni pecado: instaura una nueva
forma de ver el mundo.
El ojo crítico es el que
descubre lo nuevo; no el que se fascina con lo novedoso. Los niños, para los
que todo es nuevo, son grandes críticos: a su mirada escrutadora no se le
escapa nada. Si un crítico no ve los brotes, no ve lo importante. Pensar la época
es ver lo que viene, hacia dónde caminamos. No lo que dejamos atrás. En Sweet
for my Sweet III, que ofrece dibujos para todos los niños (de 0 a 100 años),
bajo el disfraz del lobo amansado se esconde el pájaro azul del paraíso que está
en proceso de transformarse en no sabemos qué. Es una muestra hecha a la medida
del ojo crítico del niño que llevamos dentro.
El mundo de esta muestra
tiene el tamaño de lo humano: es un elogio de lo pequeño. Se trata de
recordarnos nuestros límites, que son imprecisos. Los límites que, por lo demás,
el arte nos invita, todo el tiempo, a traspasar.
Sweet for my Sweet III
arte para niños de 0 a 100 años. Varios artistas.
Galería Mar Dulce.
Uriarte 1490. Martes a sábados, de 15 a 20.